miércoles, 13 de noviembre de 2013

Lo espinoso de perdonar y olvidar Alberto Baquero Nariño Acabar el apartheid era objetivo de Mandela. Los negros tenían que vivir apartados de los blancos en guetos miserables y ser ajenos a cualquier derecho. En el proceso él persuadió a las tribus para que todos sus miembros mayores votaran, con la consigna de “Un voto, una raza”, porque desde el poder establecieron que el voto de un blanco equivalía al de cuatro negros. Triunfaron y la vergüenza del apartheid se acabó. ¿pero podrán olvidar a los criminales blancos, que siguen detentando los privilegios? Los judíos... ¿perdonaron a los asesinos alemanes? El horror racista en Bosnia y Herzegovina y en Kosovo... ¿perdonó a los tenebrosos masacradores servios? Los “guahiberos” de Planas o de la Rubiera y tantos otros lugares de los Llanos... ¿Los condenaron? No. Se dijo que ellos no sabían que matar indios, era pecado, o que era delito robar sus tierras. Los determinadores y perpetradores quedaron impunes. Pero en la memoria ancestral tienen sitio y nombre como criminales, aquellos hacendados, comandantes, agentes de la policía, miembros del ejército y burócratas que se hicieron los de la vista gorda. Hoy, al comienz0o de la segunda mitad del siglo XXI, los asaltantes de tierras, dicen no saber que eso era delito y con descaro, se declaran víctimas de la inseguridad jurídica de la Nación y manipulan desde el gobierno la configuración de una ley que lave sus pecados y les permita el robo continuado de tierras con desplazamiento. ¿Los cadáveres de tantos “mapiripanes” anteriores y venideros, les tenderán la mano desde el más allá? Sugiere Saramago que “debemos vomitar nuestros muertos” y una instancia idónea sería hacerlo colectivamente ante el Tribunal Penal Internacional, a donde se llevan a los determinadores y perpetradores de delitos de lesa humanidad.