sábado, 17 de octubre de 2015

las edades

Por Alberto Baquero Nariño
Cuando el llanerazo Rubén Camejo cumplió 43 años en 1991, su esposa Nelsa Baquero exclamó llorosa… “Rubén se puso viejo; ojalá que mi Dios me lo deje unos años más”. Pensé que esa expresión era un tanto insólita  dado el vigor que en esa época tenía aquel juglar; a pocos me di cuenta que en Arauca el rasero para medir la vigencia de los vaqueros son las ganas para montar a caballo en duras jornadas de la vaquería; es el oficio principal, la marca ancestral, la heredad.
A Rubén y a todos nos preocupa el temple de la herramienta principal y por ello a los de confianza él les pregunta con sorna maliciosa, que si anda bien brioso el mocho viejo.
En la medida en que sucede el fenómeno del crecimiento de ciudades  –pensé- la sociedad maduraría para ver a su gente en dimensiones diferentes a la del tiempo que corroe pieles y huesos, si la mirada colectiva le pudiese otorgar a cada quien un lugar sustantivo, según el mérito familiar, la presencia cultural, la prestancia social o la profesión y el oficio dignamente ejercidos.
Se sabe que en la angustia medieval cuando la esperanza de vida de los humanos era apenas de 35 años, se intentó crear la piedra filosofal para buscar la juventud eterna y los orates encomendaron tamaña tarea a los alquimistas que encriptaron sus hallazgos o los colocaron a manera de emblemas esotéricos en las monumentales catedrales de Nuestra Señora de París, de Milán, de Brujas o de Zagreb.
Pero en cambio por estos lares hasta los tahúres ruinosos aparentan  ser consejeros eficaces de las más hermosas y elegantes damas que casualmente caen en su charla sobre algún galán de marras… “Vea mija… a una mujer tan bella y de tanta alcurnia como tú, no le queda bien salir con ese viejo cacreco. Usted tan linda y joven –agrega mirándole las piernotas- puede conseguir a quien sumercé, mamacita buenona le ponga el ojo”.
Hay consejeras oficiosas  que hacen juicio sobre la edad del pretendiente ajeno por pura envidia con las otras porque no pueden hacer el amor con su tarzán, como cuando Fermina Daza y Florentino Ariza en “El amor en los tiempos del cólera” decidieron entregarse con el esfuerzo sumo de sus 90 años a la deliciosa pasión, cuando todo aquello estaba muerto.
Caminar por la calle con cultores de la  identidad y la pertenencia ancestral que cargan los años a cuestas, causa la conseja ruin de ciertos vagos que coincide extrañamente con el decir de damas de alcurnia que comentan… “Allá anda el Concilio de Trento, que duró varios siglos”.
Ser consejero de casamenteras con pretendiente mayor es una vaina porque hay tentación… “En los oficios se pasa a la reserva pronto, pero los hombres de letras como yo, bomboncito rico, adquirimos vigencia con el tiempo”.

Yo le decía al loco Rubén, el as del coleo güesiao, que soy caballo relancino con mi potrica zaina. Pero por acá, la gente ignora que me toca barajustar con música, joropo amacizado y carreta fluida para en la faena enjaezar a una hermosa yegua entrenada o a una potra cimarrona. Por eso a consejeras y tahúres les digo que a mí, si a mí, que por favor no me jodan!

el poder femenino

Por Alberto Baquero Nariño
Es la hora de Marcela en el Meta y de Clara en Bogotá. La peste machista al izar el infame tatuaje de la exclusión, pontifica que la mujer no cree en la mujer. Pero ellas detentan una oportunidad reivindicatoria capaz de borrar intransigencias y revivir armonías.
Ambas tienen trayecto antropológico en múltiples escenarios institucionales y han soportado veleidades políticas en sus hogares, mientras ejercían el sublime sacrificio de parir.
Ellas son capaces de imponer la decencia, darle significado a la ternura, cuidarnos con amor y orientar la conquista de los derechos de la naturaleza. Saben cuál es el sitial de la ilusión y la esperanza porque han amamantado. Y si logran gobernar desde el altar de su vocación natural, serán la urgente alternativa.
Las dos tienen retos para forjar hábitats sustentables,  alteradores de contextos pervertidos hacia escenarios nobles. Ambas heredan  mojones aun endebles. Derruir la obtusa trama de la ruindad les marca la trocha y la marcha.

Fermina y Florentino

Fermina y Florentino  Por Alberto Baquero Nariño
El nobel Vargas Llosa con la hermosa Isabel Presley, despierta conjeturas con el “Amor en los Tiempos del Cólera” de Gabo. Mario interesante a sus 80, mientras Florentino a los 90 le pesan los huesos. Fermina con 86 le acepta un lánguido romance poco antes de expirar, e Isabel con 64, se muestra dichosa con el autor de “Pantaleón y las visitadoras”. Florentino la amó con todas las fibras de su ser durante tres cuartos de siglo, tiempo en el cual ella lo desdeñó, primero por ser una dama leal a su esposo a quien le guardó décadas de un luto doloroso para el pretendiente y, luego le dio de largas, por una extraña e indescifrable sinrazón de las mujeres.     
¿Todavía iza bandera? ¿Ella que le encuentra? ¿Cuánto le daría? Es seguro que iza y hunde el asta. Ella es feliz porque halla a alguien que le dimensiona su prestancia, más allá de la farándula y la frivolidad. Él, esta dichoso con semejante mamazota.
¿Y nosotros, qué? Nos toca solo la pérfida envidia y el delicioso chisme.  

domingo, 8 de marzo de 2015

Las tres armas de la mujer

Por Alberto Baquero Nariño  
Nada supera la ternura de una madre, compendio de amor eterno. Los humanos lo disfrutamos hasta morir. La mujer posee un elevado umbral del dolor, es incansable, sensible, frágil, longeva y pragmática. Su hermosura inspira poemas y canciones que en serenata se tornan en imborrables recuerdos que atrapan a los enamorados.
Ellas son diferentes al hombre para efectos de la vida dentro de la comunidad. Tal diferencial de sensibilidad y pensamiento debe comprenderse para la conquista de la esquiva y auténtica armonía que llega después de las exquisitas locuras del amor.  

El hombre no tiene más remedio que seguir los consejos de las abuelas llaneras y cuidarse de los tres brincos de la mujer. Todo comienza si los caminos se funden. Es cuando ella le brinca a los jarretes, de ahí a las verijas y luego al cogote. Allí, ya es inútil discutir porque desenfundan tres armas con las cuales nos aniquilan: La aguda cantaleta, el llanto con mocos y la terrible pataleta.