martes, 2 de junio de 2020

Las edades


Las edades
Por Alberto Baquero Nariño

Cuando el llanerazo araucano Rubén Camejo cumplió 43 años en 1991, su esposa Nelsa Baquero exclamó llorosa…primo, primo... “Rubén se puso viejo; ojalá que mi Dios me lo deje unos años más”. Pensé que esa expresión era un tanto insólita dado el vigor que en esa época tenía aquel juglar; pero a pocos me di cuenta que en Arauca el rasero para medir la vigencia de los hombres es la posibilidad para montar a caballo en el trabajo de llano, en jornadas de sol a sol; tal es el oficio principal, la marca ancestral, la heredad.

A Rubén, un excelso mamador de gallo, como a todos los mero machos que vamos entrando en años, nos preocupa el temple de la herramienta principal y por ello, a los de confianza, él les pregunta con sorna maliciosa… “¿cuñao, anda brioso su mocho viejo”?

En la medida en que sucede el fenómeno del crecimiento de ciudades –pensé- la sociedad maduraría para ver a su gente en dimensiones diferentes a la del tiempo que corroe pieles y huesos, si la mirada colectiva le pudiese otorgar a cada quien un lugar sustantivo, según el mérito familiar, la presencia cultural, la prestancia social o la profesión y el oficio dignamente ejercidos. Pero de eso tan bueno no dan.

Se sabe que en la angustia medieval cuando la esperanza de vida de los humanos era apenas de 35 años, se intentó crear la piedra filosofal para buscar la juventud eterna y los reyes y aristócratas encomendaron a los orates tamaña tarea que los alquimistas encriptaron; sus hallazgos los colocaron a manera de emblemas esotéricos en las monumentales catedrales de Nuestra Señora de París, de Milán, de Brujas o de Zagreb.

Pero en cambio por estos lares hasta los tahúres ruinosos aparentan ser consejeros eficaces de las más hermosas y elegantes damas que casualmente caen en su charla sobre algún galán de marras… “Vea mija… a una mujer tan bella y de tanta alcurnia como tú, no le queda bien salir con ese viejo cacreco. Usted tan linda y joven –agrega mirándole las piernotas- puede conseguir a quien sumercé, mamacita buenona le ponga el ojo”. 

Pululan las consejeras oficiosas que hacen juicio sobre la edad del pretendiente ajeno por pura envidia con las otras, porque ellas no pueden hacer el amor con su tarzán, como cuando Fermina Daza y Florentino Ariza en “El amor en los tiempos del cólera” de Gabo, decidieron entregarse con el esfuerzo sumo de sus 90 años a la ruin y deliciosa pasión, cuando todo aquello estaba muerto, pero que ellos creían que el amor, aquel amor eterno era capaz de resucitar el temple. Florentino solía decir en otra época, cuando llevaba la cuenta de sus más de ochocientos polvos tristes, como los llamaba... "No hay mejor pasión que la de estrenar culo".

Caminar por la calle con cultores de la identidad y la pertenencia ancestral que cargan los años a cuestas, causa la conseja ruin de ciertos vagos que coincide extrañamente con el decir de damas de pretendida alcurnia que comentan… “Allá anda el Concilio de Trento, que duró varios siglos”.

Ser consejero de casamenteras con pretendiente mayor es una vaina porque hay la tentación de echar los perros y les dicen… “En los oficios se pasa a la reserva muy pronto; pero los hombres de letras como yo, bomboncito rico, adquirimos vigencia con el tiempo”.


Hierbe todavía la feroz y morbosa envidia que causó el arrejunte del nobel y bien plantado Mario Vargas Llosa cuando se casó a sus 80 años con esa mamazota espléndida de Isabel Presley de 69 -qué número para cábalas- porque a pesar de los pronósticos, parece que el peruano le halló bastantes veces el fondo donde ella escondía algún tesoro.

Yo le decía al loco Rubén -el papaupa del coleo güesiao- que yo soy un potro relancino cuando estoy con mi potrica zaina. Pero quiero contarles una infidencia y, espero que no la divulguen... A mí me toca barajustar con música, joropo amacizao y carreta fluida para que en la faena de enjaerzar a una hermosa yegua entrenada o a una potra cimarrona, para que ellas me paren bolas. De lo contrario, me desdeñan y ni siquiera me miran aunque sea un poquito.

Por ello, a consejeras, tahúres y lambones del amor les digo... !A mí, si a mí, por favor no me jodan!