Nada supera la ternura de una
madre, compendio de amor eterno. Los humanos lo disfrutamos hasta morir. La
mujer posee un elevado umbral del dolor, es incansable, sensible, frágil,
longeva y pragmática. Su hermosura inspira poemas y canciones que en serenata se
tornan en imborrables recuerdos que atrapan a los enamorados.
Ellas son diferentes al hombre
para efectos de la vida dentro de la comunidad. Tal diferencial de sensibilidad
y pensamiento debe comprenderse para la conquista de la esquiva y auténtica armonía
que llega después de las exquisitas locuras del amor.
El hombre no tiene más remedio
que seguir los consejos de las abuelas llaneras y cuidarse de los tres brincos
de la mujer. Todo comienza si los caminos se funden. Es cuando ella le brinca a
los jarretes, de ahí a las verijas y luego al cogote. Allí, ya es inútil discutir
porque desenfundan tres armas con las cuales nos aniquilan: La aguda cantaleta,
el llanto con mocos y la terrible pataleta.
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