Es la hora de Marcela en el Meta y de Clara en Bogotá. La peste machista al izar el infame tatuaje de la exclusión, pontifica que la mujer no cree en la mujer. Pero ellas detentan una oportunidad reivindicatoria capaz de borrar intransigencias y revivir armonías.
Ambas tienen trayecto
antropológico en múltiples escenarios institucionales y han soportado
veleidades políticas en sus hogares, mientras ejercían el sublime sacrificio de
parir.
Ellas son capaces de imponer la
decencia, darle significado a la ternura, cuidarnos con amor y orientar la
conquista de los derechos de la naturaleza. Saben cuál es el sitial de la
ilusión y la esperanza porque han amamantado. Y si logran gobernar desde el
altar de su vocación natural, serán la urgente alternativa.
Las dos tienen retos para
forjar hábitats sustentables,
alteradores de contextos pervertidos hacia escenarios nobles. Ambas
heredan mojones aun endebles. Derruir la
obtusa trama de la ruindad les marca la trocha y la marcha.
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