Sábado Santo: ¡A quebrar la
olla!
Alberto Baquero Narino
Para los llaneros, como en otras culturas,
hay días sacros en que se enarbolan ritos y ayunos. Veamos: Quebrar la olla desde
Arauca hasta el Guárico al fin de la veda, el mes del Ramadán de los árabes, la
Natividad Cristiana, el Samhein de los Celtas, el Anasara de los bereberes
argelinos y marroquíes. Si se trasciende lo coyuntural, se adquiere valor
patrimonial. Son romerías, carnavales, gastronomía, artesanías, pólvora y música.
Es el colectivo en explosión de cuerpos y almas, de signos y emblemas ancestrales.
Las culturas sacralizan esos rituales cuyo
origen suele ser pagano y convierten una fecha en “fiesta de todos los santos”,
o en “la puerta del más allá”, o elevan a remembranza sublime a un período
breve, donde priman devoción y abstinencia de licor, de ciertos alimentos o del
“juego de la almohada” de los japoneses.
Se ligan fechas con fases de los astros.
Con los equinoccios, el primaveral en marzo 21 y el vernal en septiembre 23. También
con los solsticios: El de “La puerta de los hombres” y el de verano en junio 21
que los griegos festejan en honor a Apolo y los romanos en culto a Minerva. El solsticio
de invierno en diciembre erige “Las hogueras de San Juan” en las costas
levantinas de España. En las Fiestas del Sol o Inti-Raymi de los Incas la
privación es parte del juego de los apetitos, hasta cuando el astro rey sale y
la vida resucita.
Para los católicos en la Semana Mayor se
oye un melancólico son a “sotto voce” de tambor y de trompeta. Es el sacrificio
del Nazareno con viacrucis, peregrinación, parodia de crucifixión, autoflagelación
sangrante. Silencio de campanas. En la procesión se carga el santo sepulcro: Dos
pasos adelante, uno atrás.
La transposición de lo sacro de templos a
hogares en época pascual, impone vigilia. En tales días abundan las viandas a
base de exóticas carnes de especies silvestres. La dieta incluye peces, tortas
y majaretes, un conjunto afrodisíaco que incluye al curito que lo pone duro como
para partir mararayes. Pero, vaya contradicción. A la par se promulga una veda irrenunciable
a las delicias del amor: ¡En días santos, no se puede “poner el burro en la
sombra”!
En el llano –al decir del catire Próspero
Amín- la época se priva de bailes y de tragos; se juega furrifurri, baraja
española, dominó, ajedrez, parqués. Hay corrillo cerca al fuego, en la cocina. Las
mujeres juegan la zaranda y los hombres troya. Con el trompo le tiran a romper
los otros y, quien lo parte, se sabe con sorna que existe un pacto para quebrar
la olla en el “derriere” del perdedor.
En los caneyes entre machos se juega al
azar de cara y sello con la huesa -chocozuela del venao pintado por una cara- y
que ponen a rodar. Quien pierde le toca “ponerlo”. Chanza y risa. Hay juegos de
adivinanzas, mientras la matraca de madera suena en vez de los tañidos del
bronce clerical en medio de la algarabía.
El símil de la primavera se vincula con el
fin del ayuno. Es la “renovación de los fuegos” de la creencia azteca. Son los “humos
protectores de los cultivos” en el culto sarahui. Es el cíclico retorno a la animalidad
que la mojigatería endilga de pecaminosa.
Esa sacra abstinencia induce, un segundo
después de las 12 p.m. del sábado santo, al barajuste cimarronero en sabana
abierta del “mocho viejo”, según el recordado llanerazo, mi primo Rubén Camejo. Antes no se deben tener
tentaciones de la carne, porque el deleite de ese insustituible majar de la
vida, está prohibido cual manzana de Eva. Pero llega el anhelado instante en
que toca ejecutar el ritual para quebrar la olla, porque como manda el padrote Hugo
Mantilla Trejos… ¡el caldo se está haciendo tajá!
No hay comentarios:
Publicar un comentario