martes, 8 de septiembre de 2009

La Señorita Julia

Cada grupo político suele propiciar a sus líderes unos consejeros insólitos que manipulan las decisiones. Son José Obdulios, Montesinos o Cámporas, afirma el Alcaraván. Y cada mandatario lo tiene y lo defiende a capa y espada, comenta el Tigre. Es quien interpreta el dato y zurce la trama estado-sociedad.

Por estos lares la Señorita Julia Rodríguez, oriunda del Viejo Caldas, llega a trabajar en Correos Nacionales y poco a poco conquista un sólido poder en su partido, afirma el Tigre. Ella, desde una ventana a media cuadra de la Alcaldía y apenas asomada, sopesa el ritmo altisonante del poder, mediante una nefasta red policiva tipo Gestapo, el tenebroso SIC, dice el Alcaraván. Sus fichas las tiene en puestos claves. Comenta el Tigre que amén de amamantar el cotarro conservador, sus artimañas para aconsejar con tino, le son propias. Aplica un legado feudal para autócratas locales: “Piensa mal y acertarás”.

Su presencia mantiene a raya a los rivales, dice el Tigre, a lo que el Alcaraván agrega… Ella es implacable con su militancia azulosa, al exigirle “disciplina para perros”. A su fealdad y corpulencia, le suma un rostro hosco y un atormentado fanatismo. Sin embargo, ella, detrás del trono, es audaz e intermedia en la penuria ajena. La literatura explora casos de prójimos atormentados en cuerpos deformes como el de Quasimodo o el de nuestro adusto personaje.

Ejercer de severo juez, comenta el Alcaraván, obtiene la sumisión que surge del miedo, por el vínculo biunívoco entre el recuento sagaz de ella y la decisión tajante del cacique, sin consultar otras fuentes, sin oír a la víctima. “Hay que abusar del poder para que no se desprestigie”, otra máxima del credo obscurantista. Una sentencia suya posee el carácter de fallo de última instancia. Esos perfiles –aduce el Tigre- detentan una tipología singular: Capacidad de intriga, mucha astucia, mediana inteligencia, baja formación disciplinar y ciega lealtad. Añade el Alcaraván que los gamonales basan las decisiones en la trapisonda de sus áulicos, capaces de forjar clientelas que se heredan. Detentan el más alto título empírico en manzanillaje.

El arúspice –adivino etrusco- es el único que accede al Rey para darle al oído un breve consejo premonitorio y luego se va, redondea el Tigre: “Eres humano y debes comer”, “El Rey debe de ser justo”. La señorita Julia con su receta de pan y garrote le aporta a su clan electorero una funcionalidad vivaz con estatus clave. Pese a sus escasos estudios en los eventos oficiales luce un vocabulario selecto y se muestra sociable.

Al Alcaraván le cuenta una gentil dama casi viuda, que ella tiene infinidad de anécdotas cosechadas durante casi 4 décadas, desde los años 50. Al preguntarle sobre su gran amor, dice, “Laureano”. ¿Su reto?, “La propagación de la fe”. Y, ¿su mayor dolor? “Una patada en las güevas”. Esa vez sale de su boca desdentada una sonora carcajada con tonos de bajo ruso.

Se sabe, dice el Tigre, que en épocas aciagas se distancia de copartidarios para salvar la vida de cachiporros, dada la cruel cacería de los chulavitas, que botan los cadáveres al torrentoso Guatiquía, río que en lengua chibcha significa “bendición que viene de lo alto”. Ella hoy funge como parte del género burlesco en la opereta punzante del cacicazgo local, remata el Alcaraván.

No hay comentarios:

Publicar un comentario